Por encima del océano de nubes.

28.3.12

Que pasaría si no hubiera tiempo.

Si todo se parase cuando tiene que hacerlo, aguantando la respiración, dejando todo como un mar en calma. Si así esa belleza no puede irse, que se paren todos los relojes, que mi mundo deje de avanzar, que siempre sea presente. Si no corro, podré volver a besarla, no dejarla escapar nunca, que sea mi vida.
Pero al final, siempre hay que tomar esa decisión, cada camino es una verdad diferente, de las cuáles no conocemos ninguna y no debemos conocer, porque no podríamos decidirnos.
¿Qué hacer cuando lo único posible, es imposible? ¿Debemos morir en ese preciso instante? ¿Darle la vuelta al tiempo?
Vivir o morir, decisiones, caminos, tiempo... Es lo que nos depara el estar aquí. Quizá no todo sea tan malo, cada acción una reacción, si decido huir de ella, ¿la volveré a ver? Quiero memorizar cada olor, de todas las partes de su cuerpo, cada olor que no existe.
Eso es lo que somos, vacío, nada, nadie, somos el cascarón del pasado. Dejar la vida al azar. Nada vuelve hacia atrás.

15.3.12

Independientes del tiempo.

La gente con ojeras somos los soñadores de nuestro tiempo,
los que nos mantenemos despiertos solo para estar
a los que el mundo poco nos importa
y el corazón ya no nos alienta a nada.

Somos nosotros, los extraños con ojeras
los que resuelven las ecuaciones
para que te montes en tu bonito coche alemán
y uses tu batidora de última generación.

Son las damas con ojeras las que a mi
me quitan el sueño.
Y son los caballeros con ojeras con los que yo
deseo gastar mi tiempo.

Es la gente con ojeras los escritores de vuelos nocturnos
y los poetas malhumorados que aún usan el papel
al igual que los soldados de la guerra que no quieren ni matar,
ni ser matados.

Vosotros, que sois mi gente con ojeras, nos os vayáis de mi lado
que ya bastante solo estoy y más si encima me dejáis con las noches
y mis musas, completamente a solas.

1.3.12

Calaveras enlatadas.

Las tardes otoñales atrás quedaron,
irrisorias historias de vagabundos trotamundos
sentados en el vagón de un tren lisiado
esperando por la víctima de una guerra despistada
o de un carterista meditabundo.

No preguntéis por las hojas caídas
pues no son más que historias creídas
por el poeta idiota o bufón sin nombre
en una tarde de otoño ya muy atrás.